La visión le dejó impresionada. Treinta y pico años largos
de un cuerpo bien esculpido y bello rostro, bellísimo, de mirada insolente. Un
torso y unos brazos salpicados de tatuajes contribuían a darle un atractivo
aire canalla.
Tan solo unos centímetros de tela blanca inmaculada tapaban
un sexo que se adivinaba… potente. Imposible imaginar que su secreto mejor
guardado desmereciera de la perfección absoluta de su físico. Ella imaginaba la
tersura y la dureza. Soñó sus manos acariciándole, sintió sus pechos rozándole,
provocando el despertar de la pequeña bestia dormida.
“Arrancaría la tela a dentelladas”, pensó. Pero esperó a que
el secreto se asomara, a que la tela no bastara para cubrir el miembro
henchido. La demora fue breve. El tesoro, enhiesto, no defraudó. En escasos
segundos estuvo preparado para recibir la calidez de otro cuerpo, su cuerpo.
El sonido estridente del metro que llegaba le despertó de su
ensoñación. Con las mejillas arreboladas, notó las miradas masculinas sobre
ella. Miradas que soñaban con el calor de su cuerpo y la dulzura de su boca.
Imposible que adivinaran que, por unos instantes y delante de sus lascivos
ojos, ella había sido plena y felizmente de otro.
Siempre he sabido que las tías buenas del metro están pensando en cochinadas, gracias por confirmarlo, Alexandra.
ResponderEliminarUn agradecido y cálido saludo, escribes muy bien
:-)
Ah, ¿tú eras el que estaba apoyado en la pared, leyendo una novela negra y mirando a mi protagonista de soslayo?
ResponderEliminar¡Gracias por tus halagos! Cálidos saludos también.