Hace un buen puñado de años, en aquellos tiempos en los que despertaba al amor, tuve un pequeño incidente con un colirio. Había pasado el día en la playa con el afán de conseguir un agradable bronceado ante mi inminente cita por la tarde con Jorge Pulido, un chico que me gustaba. Al volver de la playa, ni mis padres, ni mis hermanos, ni tan siquiera mi abuela -que por entonces vívía con nosotros-, se encontraban en casa. Con la casa para mi sola, me tome mi tiempo para arreglarme a conciencia. La ocasión para mí lo merecía. Una ducha larga, una buena capa de crema en mi piel tostada, un golpe de secador para moldear ligeramente mi larga melena, y unas prendas minis que realzaran mi figura bastaban para dotarme de cierto atractivo a los ojos de Jorge Pulido. Después de mi acicalamiento, ya lista para marcharme, fijé la mirada en un pequeño botecito de colirio. ¿Acaso no iba a estar más guapa con los ojos brillantes? No me lo pensé dos veces y ni corta ni perezosa abrí el envase, tiré mi cabeza todo lo atrás que puede, con la mano derecha me bajé el párpado inferior y con la izquierda apreté ligeramente el pequeño recipiente. Un par de gotas en cada ojo y en unos minutos estaría lista para marchar. Pasaron, creo recordar yo, tan solo unos segundos hasta que la vista se tornó borrosa. Quise quitarle importancia, en breve la vista se recuperaría. El tiempo, inexorable, no transcurrió precisamente a mi favor. La hora de la cita se acercaba pero mi vista languidecía. Al paso de los minutos quise avisar a mi futuro noviete, llamar por teléfono a Jorge para decir que llegaría algo tarde pero no fui capaz de ver los números del teléfono (por entonces teníamos en casa aquellos de ruedecilla). Al cabo de una hora, calculé yo, mi cita se había estropeado y mis ojos sin vista seguían. Poco tiempo después llegó mi madre y allí me encontró, angustiada, sin ver más alla de unas sombras. La risa al final fue descomunal: el colirio, recetado a mi abuela, era de aquellos que se expenden para poner antes de un examen ocular provocando dilatación de la pupila hasta límites insospechados.
Tal historia la he recordado hace un rato, después de ir a la farmacia en busca de un fármaco que me aliviara una reciente alergia que me provoca sequedad ocular y sensación de arenilla en ambos ojos. Al explicar mis síntomas al farmacéutico este no lo ha dudado y me ha vendido un colirio a su juicio maravilloso a un precio ciertamente elevado. De nombre Vitadrop asusta un poco por su color rojizo pero la promesa del farmacéutico de aliviar mis síntomas me ha infundido valentía para ponerme unas gotas en ambos ojos. Al final ha sido peor el remedio que la enfermedad: los párpados se me caen y los ojos, inyectados en sangre, más bien parecen los del vampiro Lestat de cacería una noche. Recuperada de mi shock frente al espejo, me he dispuesto a leer con atención la composición del colirio recomendado. Ácido hialurónico es su principal componente, el famoso botox. Pero este farmacéutico, ¿qué demonios se habrá creído?
El ácido hialurónico existe naturalmente en el ojo. No tiene absolutamente nada que ver con el bótox (toxina botulímica), pero es que ni por casualidad. Su farmacéutico le recetó exactamente lo que usted necesitaba. Infórmese bien.
ResponderEliminarSaludos
Con todos los respetos, yo llevo tiempo poniéndome Vitadrop por sequedad ocular y nunca he tenido ningún problema... es caro pero no sé si es el mejor pues no he probado muchos. El ácido hialurónico es realmente bueno pues para la piel etc... nada que ver con bótox, no sé de donde has sacado dicha información pero mejor informate mejor pues es del todo incorrecta. Saludos.
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