Hace cosa de un par de semanas visité uno de los templos gastronómicos de Madrid por excelencia: Casa Lucio. Fui con mi amiga Paloma, a su vez, amiga de Mª Carmen, la hija del famoso hostelero. La visita tenía un objetivo concreto: entrevistar a Lucio Blázquez, testigo de excepción de, por lo menos, el último medio siglo de la capital. Si bien Casa Lucio no tiene ni cuarenta años, su propietario ha sido personaje indispensable de la hostelería madrileña desde su más tierna adolescencia. El resultado de esta entrevista lo podéis ver en el último número de Strogonoff. Aquí, en el blog, solo voy a relatar la sublime experiencia sensorial que Paloma y yo tuvimos la suerte de disfrutar.
Empezamos a comer tarde, muy tarde. Entre que la entrevista con Lucio se dilató más allá de lo insospechado, y que el restaurante estaba a tope un martes (¡si un martes!) comenzamos nuestro festín rozando las cinco.Y digo festín porque la calidad de la comida no merece que se le nombre de otra manera. Empezamos con los famosos huevos. ¿Sería sugestión o los huevos venían con un punto de cocción que jamás vi en otros huevos estrellados? La clara, bien cuajada, no dejaba ni una mota de solidez a una yema líquida pero entera. Las patatas, perfectamente fritas, sin exceso de grasa y sin sabores extraños, redondeaban un plato rico que anticipó delicias futuras. Después vinieron unas gambas blancas de Huelva que Paloma y yo degustamos entusiasmadas. La calidad del crustáceo y el punto perfecto de cocción nos hicieron elevarnos al quinto cielo (el sexto y el séptimo llegaron con los dos platos siguientes).
Compartimos de segundo un entrecôtte (Paloma me dejo elegirlo frente al tan manido solomillo) servido en plato de barro bien caliente, donde se acabó de cocinar la pieza. ¡Qué maravilla de carne! Ni cuchillo tuvimos que utilizar de lo mantequillosa de su textura. ¿Y qué decir del sabor? Sencillamente a carne. Los postres ya nos elevaron a lo más alto: Paloma disfrutó de lo lindo con un arroz con leche, al parecer típico de las cocinas de Lucio. Yo tomé un clásico, que de tan tradicional, ya no se encuentra en ningún sitio: un hojaldre de crema pastelera que estaba absolutamente delicioso. ¿Qué fue de la crema pastelera? No lo sé, pero en Casa Lucio la siguen teniendo y con un sabor que creía desaparecido.
A decir de Lucio, no hay en todo Madrid un lugar donde la relación calidad precio sea mejor que en su casa. Yo no sé si podría afirmar tal cosa, pero lo que sí sé es que, si uno quiere disfrutar de productazo, a Casa Lucio es donde tiene que ir. Sin ninguna duda.